Cavilaciones de Perogrullo
Señor Director:
“Con la Iglesia topamos, Sancho”, debió decirse, dándose la bendición, el escritor Eduardo García Aguilar, cuando encontró en la edición de La Patria del 10 de enero, la carta de Monseñor Don Cecilio Rojas, en la que, después de aventarle incienso por los cuatro costados, como hacen en los funerales antes de despedir el cadáver, le entierra la estocada mortal al llamarlo ignorante en asuntos de caballos, en los que el clérigo Rojas es doctor honoris causa. Acto seguido, monseñor aprovecha su homilía para darnos otra clase magistral sobre historia, semántica, equinos y colores. Mejor dicho, don Efraím se quedó en palotes.
Lo que quiero significar, como decía mi inolvidable amigo Rodrigo Vieira Puerta, es que las incursiones de Monseñor Cecilio en esa columna, que ya es como suya, son un encantador señuelo para seguir leyendo el periódico plagado, como toda la prensa, de noticias y hechos trágicos que nos dejan como envenenados el resto del día. Más grave aún, cuando además de las calamidades y tragedias humanas, se suma ahora la amenazadora tormenta de los mensajes petrinos.
Los escritos de don Cecilio, suscritos con las varias versiones de su nombre, son, realmente, ilustrativos y entretenedores, que no entretenidos; acatando su última enseñanza sobre esta palabreja. Hay que dar gracias al Cielo de que, después de más de cincuenta años de su ordenación, en los que monseñor estuvo recluido en los repliegues de su hábito, sin decir está boca es mía, fuera de los púlpitos, resolvió salir del clóset y comenzar a hablar y a escribir, ! Y en qué forma!
Ya que se lanzó al ruedo, y recordando que hace pocos días propuso la creación de la diócesis de Salamina, ciudad por él tan añorada, y a la que seguramente volvería ostentando las ínfulas de su mitra y dando bendiciones a diestra y siniestra, quisiera pedirle a monseñor Cecilio, antes de que se vaya, que aproveche su cercanía con el actual arzobispo para que le solicite tres cositas que a nosotros los laicos nos preocupan y que nos da pena decírselo personalmente. La primera y más importante: que, así como dispuso el retiro de varias imágenes, ordene que en los templos sea restablecido el sagrario al altar central. Hay muchas razones que justifican esta petición y cuya explicación sería larga de exponer.
La segunda, es que, por favor, deje la aguja de la catedral como estaba antes, con su Crucificado que pusieron como repuesto del que se cayó en el terremoto del 62, que retiren ese Cristo volador que da la impresión de que quisiera volver a lanzarse, además de que no concuerda con la arquitectura de la catedral y parece un parche poroso donde no es el dolor.
Y la tercera, es, que está bien que se recoja la limosna en las misas, pero no en las misas de entierro. Muchos me dicen que eso es muy aburridor tener que empezar a esculcarse los bolsillos y las carteras, mientras el sacristán o el monaguillo, sin misericordia, le agitan la poncherita esa en plena cara, delante de todo el mundo. Toda regla tiene su excepción y, en este caso, con mayor razón si se tiene en cuenta que en un momento de íntimo dolor, de tristeza, resulta una actitud muy prosaica que le pidan plata a los dolientes. ¿Sería tan amable, Monseñor Don Cecilio?
Atentamente,
Rodrigo Ramírez González
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