Relato Navideño
Señor director:

 El tiempo de Navidad es un tiempo mágico. No en vano se habla por estos días del “Espíritu Navideño”. Quizás una de las formas más humanas de reencontrar el niño que habita en nuestros corazones y que sin darnos cuenta vamos poco a poco silenciando durante el año por las vicisitudes del diario vivir y sus rutinas.
En estos momentos, podemos evocar bellos recuerdos infantiles, cuando por esta época, una vez terminadas las tareas del año escolar, empezábamos en nuestras casas con los hermanos o amiguitos del barrio a hacer las panderetas con las tapas de gaseosa Frescola o Kolkana, y era para acompañar los villancicos y aspiraciones para la llegada del niño Dios en las novenas.
Y cómo no evocar las delicias decembrinas que se hacían en todas las casas, como las hojuelas, la tradicional natilla, los buñuelos, los caramelos y el famoso arequipe. Y era el momento de vivir el espacio comunitario que se formaba entre los vecinos para hacer la natilla en las grandes y vetustas pailas de cobre, en fogones de leña.
Eran tiempos en los cuales a las cosas se les daba el valor de uso duradero. No había noción aún de centros comerciales, escasamente vivíamos el espacio de las abundancias, misceláneas, graneros o pequeñas tiendas de esquina donde fiaban solo por saber que eras vecino y cumplías la palabra de pagar lo que se debía pues la honradez era un faro permanente que alumbraba en las personas y hogares. Eran los tiempos del telegrama que enviábamos o nos enviaban familiares con mensajes parecidos a este: “Quiérolos mucho siempre punto feliz navidad próspero año nuevo”
 Esta fiesta, está asociada a la imagen del pesebre que representa la llegada del Mesías redentor de la humanidad.
La elaboración del pesebre era toda una actividad creativa de hermanos y amiguitos de barrio. Queríamos, además de las piezas fundamentales, poner largos caminos de aserrín para dirigir desde varios puntos, las rutas de los reyes magos y pastores hasta el establo, en el que entre la mula y el buey debían estar la virgen, San José y la rústica cunita envuelta en paja o heno que daría abrigo al niño Jesús. También sacábamos el papel de aluminio de las cajetillas de cigarrillo de los adultos fumadores, para imitar los cauces de los ríos. Y qué decir del algodón que le quitábamos al botiquín para cubrirles el techo a las casas semejando la nieve, que entre otras cosas a esa edad de seis o siete años no podíamos comprender ya que por estos lares tropicales, máximo conocíamos las granizadas del mes de febrero y que anunciaban el cambio de temporada de verano decembrina y de año nuevo por la temporada invernal a partir de marzo.
Las ovejas blancas me resultaban extrañas, pues lo más parecido que conocía eran los pocos chivos que pastaban en algunos potreros circundantes en donde yo no conocía sino terneros y vacas. Luego se fue instalando la moda de un árbol de pino lleno de bolitas de colores rojas y verdes y al que se le colgaban cantidad de adornitos como angelitos, casitas y otras figuritas de caucho, madera y carey. Aún no sabía que traer el musgo de las laderas del entorno del barrio para ponerlas en el pesebre era un acto depredador que ocasionaba la erosión y podría ser un detonante de los derrumbes en temporadas de invierno.
Sin entenderlo muy bien, fuimos creciendo con la sensación de que algo había cambiado, pues a veces comenzó a importar más lo que se compraba que lo que se celebraba, en medio de la risa amplia y bonachona de Papá Noel o Santa Claus, personajes que hoy acompañan y simbolizan la navidad en la mayoría de lugares del mundo. Pero, de manera muy especial quiero rememorar con ustedes algunas imágenes de esas tradiciones nuestras con las que esperábamos con fervor y alegría la nochebuena del 24 de diciembre. Yo me quedaba esperando el momento en que pudiera vencer al sueño para presenciar con goce el instante en el cual podría ver entrar por debajo de la puerta de mi casa, al diminuto niño Dios y constatar la imaginada escena: el niño Dios se arrima con sigilo al borde de mi cama, busca en un costal muy grande mi carta, la encuentra, la lee en voz muy baja, hace el gesto de aprobación, saca de otro gran costal un regalo, levanta con cuidado mi almohada y lo pone debajo de ella. Finalmente, junto a una nube de angelitos pequeños como él, salen volando y se escurren de nuevo por debajo de la puerta para seguir las entregas de los aguinaldos. Mientras tanto, yo que había cumplido a cabalidad los compromisos y había asistido y participado con fervor en las novenas desde el 16 de diciembre, dormía plácidamente con el absoluto convencimiento infantil de ser merecedor del regalo y deseos escritos en mi carta.
Si bien es cierto, como niños sentíamos cierta frustración casi siempre por no destapar el regalito que le habíamos pedido al niño Dios con mucha devoción, siempre encontrábamos el abrazo y beso de la mamá, el papá, una tía o hermano mayor para consolarnos y destacar el valor de agradecer todo lo que nos daba de bueno Dios, la vida y la familia y  nos decían que seguramente poniendo empeño, haciendo bien las cosas y trabajando horadamente y con entusiasmo y fe, el próximo año, el niño Dios cumpliría a cabalidad lo pedido y deseado en la carta.  Y cuando, nuestra madre, debido a las penurias económicas y para no hacer quedar mal al niño Dios, al no haber encontrado debajo de mi almohada regalo alguno, nos decía algo así como que a veces al niño Dios se le trocaba alguna dirección y que por eso seguramente no había podido dar con el número exacto de la casa para entregarme el regalo a tiempo en la nochebuena. Acto seguido, nuestros padres y familiares nos consolaban diciendo que esperáramos hasta el 6 de enero, día de los reyes magos, porque ellos también traían regalos. Entonces inmediatamente, nos abrazábamos en familia y vivíamos el encuentro del afecto y comprensión propios del Espíritu Navideño.
Es por esto que para todos nosotros desde el respeto a la diversidad y las creencias, el deseo es seguir cultivando el sentido de humanidad del rito navideño con su fiesta de villancicos, pesebre, novenas de aguinaldos, arbolitos de navidad y poder así aportar el granito de arena a una convivencia en paz y alegría desde nuestros corazones a todo el mundo.
Javier H. Arias Ospina

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