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Carlos Eduardo Vásquez Botero, líder cívico de Palermo, murió a los 82 años. Su restaurante, El Rancho, fue un símbolo de comunidad y amistad. Sus seres queridos recuerdan y destacan su legado.
En el alma de Palermo quedará su nombre. El sábado 19 de julio, a los 82 años, falleció en Manizales Carlos Eduardo Vásquez Botero, un hombre que transformó lo cotidiano en comunidad.
Su legado se siente en las calles del barrio, en las memorias de quienes compartieron su mesa y en la calidez de El Rancho Restaurante y Charcutería, un negocio que fue mucho más que eso: un punto de encuentro, una extensión del hogar, un lugar con alma.
Nacido en Samaná (Caldas), Vásquez fue un hombre hecho a pulso. Su vida se tejió entre el compromiso laboral, la entrega familiar y el sentido profundo del servicio a los demás.
Dejó huella en instituciones como el Banco de Colombia y la Contraloría Municipal, pero fue en el comercio donde consolidó su vocación y se convirtió en un referente querido y respetado entre los manizaleños.
Carlos Vásquez fue el tercero de su familia en llevar ese nombre. Así se llamaron su abuelo y su padre, pero también se llaman así su primer hijo y su primer nieto. Una tradición de cinco generaciones.
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Un comerciante con sentido social
El Rancho fue mucho más que un restaurante. En sus paredes se hablaba de política, fútbol y actualidad; sus mesas reunían empresarios, pensionados, políticos y vecinos. Allí no hubo una sola pelea en 22 años, según el propio Carlos, que diseñó un ambiente en el que la tertulia adulta y respetuosa era protagonista.
Su hijo Carlos Fernando Vásquez Jaramillo recuerda: “Él era la parte social del negocio, el que tenía amigos, el que hablaba con todos, el que organizaba los eventos, las pollas, los partidos de fútbol… Donde todos los clientes eran personas ya grandes, donde se sentían en un ambiente muy familiar y sin ningún problema”.
Mientras su hijo manejaba la parte administrativa y financiera, Carlos Eduardo se encargaba del trato con la gente. Su clientela creció por recomendación, por afecto y por tradición. Amigos que llevaban décadas viéndolo pasar de un negocio a otro –de Los Troncos en Chipre a Mango Biche en El Cable, y de ahí a El Rancho– seguían encontrándolo en cada nueva esquina que abría.
El restaurante también fue un escenario para el deporte, en especial el fútbol. Allí se organizaban las célebres pollas, apuestas entre amigos durante los partidos del Once Caldas o la Selección Colombia. Durante los mundiales, el número de participantes y montos crecía, pero el espíritu era el mismo: compartir, reír y analizar cada gol como si fuera decisivo.
Carlos Vásquez y Mery Jaramillo tuvieron una relación de alrededor de 62 años. Fueron novios por 3 años y se casaron en 1966.
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Padre, esposo y abuelo presente
Carlos Eduardo fue un hombre profundamente familiar. Compartió 59 años de matrimonio con Mery Jaramillo de Vásquez, con quien tuvo dos hijos: Carlos Fernando y Juan Manuel. Juntos recorrieron varias etapas laborales y vitales, desde los años en el banco hasta la decisión de cerrar El Rancho.
“Fue un buen esposo, un buen padre, un abuelo perfecto. Todos sus amigos lo querían y él era muy entregado a ellos y a su familia”, dice Mery.
Con sus nietos, fue cómplice, protector y generoso. Carlos Eduardo Vásquez Flórez, su nieto mayor, lo recuerda como su compañero de vida: “Fue la persona que nos protegió, nos cuidó, un hombre dedicado a la familia, a que tuviéramos buena educación, a que tuviéramos valores, siempre muy lleno de amor”.
Santiago Vásquez Giraldo, el menor de los nietos, rememora los días en la charcutería comiendo dulces y aprendiendo a atender clientes. “Cuando era niño, él me dejaba trabajar un tiempo allá con él… Siempre estuvo atento de mí cuando yo estaba con él, él sentía que debía cuidarme”, expresó.
El amor por los niños se prolongó con su bisnieta, nacida hace apenas cinco meses. Aunque su salud ya era frágil, Carlos quiso conocerla y lo logró. “Él ya se sentía cansado… pero estaba desesperado por verla. Hace apenas unas semanas él la visitó por última vez”, cuenta su esposa.
Sus nietos destacan la afición de Carlos Vásquez por el fútbol. Rememoran que siempre iban juntos al estadio a ver al Once Caldas y que incluso viajaban a Pereira para asistir a los clásicos cafeteros.
Líder del barrio, amigo de todos
En paralelo a su vida como comerciante, Carlos Vásquez ejerció un liderazgo cívico firme. Fue edil de la comuna Palogrande y dedicó años a mejorar su barrio.
Participó activamente en el cuidado del morro Sancancio, donde construyó cunetas, instaló bancas de cemento y lideró el embellecimiento de la zona.
“Carlos era un tipo supremamente cívico. Al Vía Crucis del morro, que estaba destruido, él mismo contrató a alguien para que volviera a instalar las cruces y las pintara. También ayudó a arreglar canchas, lideró jornadas de limpieza y mantenía todo limpio. Le dolía su barrio”, recuerda su amigo Arturo Gómez, con quien solía compartir caminatas desde las 4:00 a. m.
Gómez también lo describe como un hombre disciplinado, respetuoso, sensible con los animales y con una gran memoria. “Las conversaciones de nosotros por la mañana eran sobre lo que él veía de los animales, de las hormigas, de los conejos… y las repetía con puntos y comas”, rememora.
Fabio Aristizábal, otro de sus amigos cercanos desde los años 70, añade: “Era un hombre de una buena chispa, chisparoso, muy alegre, muy servicial, un hombre que se preocupó mucho por la gente. Sus empleadas eran estudiantes y muchas se graduaron gracias a él”.
Carlos Vásquez fue edil de la comuna Palogrande hace una década.
Una despedida silenciosa, pero viva
El cierre de El Rancho, en febrero de este año, coincidió con el deterioro de su salud. Una enfermedad descubierta en diciembre del 2024 fue debilitándolo y, para esos días, lo obligó a estar hospitalizado.
Aunque no pudo estar presente en el último día del restaurante, sus amigos se reunieron igual, como cada tarde, para brindar por él.
Carlos Eduardo Vásquez Botero no fue un hombre de discursos ni reconocimientos públicos. Fue alguien que dejó huella en los detalles: en un jardín bien cuidado, en una tertulia bien llevada, en un consejo oportuno. El nuevo inquilino de su local es una cadena de tiendas, pero quienes compartieron mesa con él saben que su legado no cabe en estanterías.
Hoy, los amigos se siguen reuniendo en Clementina, el nuevo negocio de su hijo. Allí continúan las pollas y las tertulias. No es lo mismo, dicen, pero el espíritu sigue.
Carlos Vásquez logró conocer a su bisnieta, nacida hace cinco meses. Ella es la hija de su única nieta, María Camila, quien vive en Buga (Valle del Cauca).
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