Amado hermano, aquí me tienes nuevamente con las notas que acostumbro enviarte cada 18 de diciembre, al cabo de siete años de tu partida física hacia esa luminosa dimensión espiritual, que no dudo alcanzaste, pues cuánto merito reviste llevar alegría y regocijo a tantos que disfrutaron de tu música y tu presencia, tanto en los escenarios nacionales e internacionales como en los
hogares, particularmente en los festejos navideños donde aun te reafirmas como el ícono de la música tropical colombiana, le encuentro el mayor significado a aquello de que recordar es vivir y, que la verdadera muerte es el olvido.
Curiosamente llegaste al mundo y te fuiste de él, en el mes de diciembre, en Navidad época de luces, villancicos y alegría, cuando conmemoramos en nuestra Fe el nacimiento del Dios Niño, son los pequeños los que más anhelan y se identifican con ella. Tu que tanto te conmovías con los niños y que emprendiste con amor y entusiasmo grandes eventos en su beneficio, te he de contar que se volvió noticia común enterarnos de los vejámenes a los que son sometidos, niños maltratados, asesinados, violencia intrafamiliar física y sexual, abandono, muerte por hambre y desnutrición, mientras la corrupción devora como buitre hambriento los recursos destinados a ellos.
Claro que recordar es vivir, como olvidar querido hermano nuestras fiestas familiares contigo, realizadas en tiempo diferente a la Navidad pues tus compromisos no lo permitían, gozo total, era otra fiesta decembrina, donde nunca concurrían vecinos o amigos pues más que suficiente era la nutrida presencia de papá, mamá, hermanos, sobrinos, la típica familia paisa. Recuerdo cuando interpretabas para deleite y asombro con un registro de barítono (que te fue reconocido en la Escuela de Bellas Artes de Medellín, donde estudiaste) La Donna E Mobile, O Sole Mio o la célebre pieza Torna a Sorrento, con el acompañamiento al acordeón de Silvio Saldarriaga.
Tampoco te faltó complacer a nuestros inolvidables padres con Camino Verde o Quiéreme, conocidas interpretaciones de Víctor Hugo Ayala. Ay, hermanito te cuento que Álvaro Enrique Torres, tu biógrafo, continua fiel a tu legado, poseedor del más rico archivo de tus obras musicales, a las que yo denomino como incunables, transmite cada ocho días y desde hace diez años por la emisora de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia con sede en Tunja, su programa Cincuenta años con Gustavo Quintero, música, anécdotas, todo un goce.
Amado inolvidable hermano, por hoy te dejo con la satisfacción de saber que disfrutas al lado de Dios de la recompensa merecida por dar alegría a un mundo atosigado de guerras, desencuentros, insolidaridad, polarización, que aprendió a volar pero no ha aprendido a dialogar, tender la mano, ni mirar a sus semejantes con ojos de hermano. ¡Éxitos en tu concierto celestial!.
Siempre en mi corazón
Alba Quintero de Sarasty