Los ayayay del fútbol
Señor director: 

En la reciente temporada vacacional de Semana Santa tuve la fortuna de recibir la amable visita de varios familiares entre ellos mi hijo, su esposa y los pequeños nietos un niño y una niña, procedentes de USA. Una noche después de un agitado día en la finca y ya buscando calmar la adrenalina de ese pequeño terremoto de casi tres años que es mi nieto, me senté junto al televisor a mirar un partido de fútbol profesional de un equipo colombiano junto con ese pequeño diablito y con la ilusión equivocada de tenerlo un momento en reposo. Como era casi imposible concentrar e inmovilizar a “ese loco travieso” viendo fútbol, un niño que vive en función de la lúdica y la diversión, acudí a la argucia de decirle que estuviéramos atentos a los “ayayaises” del partido y ver si los jugadores caían y gritaban. 
Cuál no sería mi sorpresa al ver que continuamente el niño identificaba y señalaba con su pequeño índice las caídas y revolcones de jugadores, gritando que eran “ayayayaises”. Así, con este ingenuo recurso, estuvimos observando casi todo el partido.   Esa mágica e infantil palabra no castiza, la usa nuestro bello protagonista para señalar con su pequeño dedo la parte de su cuerpecito donde siente algún dolor por caídas o algún malestar tan frecuente es esas difíciles y traviesas criaturas. Es claro que un niño de esa no edad no podría describir donde siente el dolor, por ello su madre muy inteligentemente le enseño a mostrar en que parte del cuerpo “tiene un ayayayai”. 
Ya conciliando el sueño nuestro incansable juguetón solo atinó a decir, abuelo: “no goles, puros ayayases”. 
Ese maravilloso momento en compañía de mi nieto me ha dejado una sabia lección entorno a lo que es hoy nuestro futbol y sus protagonistas: “no goles, puros ayayayases”, donde al menor contacto, lógico en un deporte como el fútbol, el jugador cae al piso, se retuerce como si hubiese sido atropellado por un tractor, golpea con su brazo la gramilla haciendo muecas de dolor, deteniendo el espectáculo por varios minutos para luego retornar al campo como si nada. Simulan dolor mejor de lo que juegan, con arbitrajes cómplices de esa maraña de malicia equivocada, olvidando que la profesión que han escogido es ante todo un espectáculo que se debe a su público. Una triste escena que se replica en todos los torneos, en todas las categorías, en todas las edades.
Qué aburrido se ha tornado nuestro fútbol, que triste talante se ha formado en nuestros jugadores, que precario futuro para jóvenes con sueños de triunfo. Así no tendremos esas figuras que apreciamos en los torneos europeos donde los actores, aun siendo millonarios, siempre muestran entrega, sacrificio y honradez profesional. Son jugadores formados en su mayoría en escuelas especializadas aupadas por los clubes profesionales, y aquellos que provienen de países no desarrollados, son jugadores con talentos extraordinarios que fácilmente logran adaptarse a la cultura de la exigencia y del espectáculo que impera en esos escenarios. 
Fue quizás ese filósofo del fútbol Francisco Maturana quien dijo “se juega como se vive”, sentencia que describe claramente esa lógica del todo vale, de no perder o ganar sin importar los medios, de gratificar al más vivo.  Es una cultura que replicamos los adultos y absorben los infantes, sustentada en torcidos valores que inculcamos equívocamente como recurso para lograr objetivos. Pensamos que con solo formar lo técnico y lo atlético es suficiente para lanzar al mercado del deporte a jóvenes que solo driblan y corren pero precariamente cultivados en valores y en formas de pensar y decidir correcta y lealmente bajo la presión de un adversario. Nos merecemos el destino de solo observar los “ayayases”.  
Óscar Correa Marín
 

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