Cuando subestimamos el significado de un símbolo
Señor director:
Los actos vandálicos vividos en la ciudad por un mal resultado de fútbol deben ser rechazados y castigados. Infortunadamente la violencia es el pan cotidiano de nuestra sociedad de la cual no se logra sustraer a las juventudes máxime cuando pertenecen a grupos sociales vulnerables y vulnerados por una sociedad inequitativa. Pero esta condición social no puede justificar las formas violentas de expresión, pese a que ya se han convertido en la principal herramienta para lograr la atención de los grupos de poder incluyendo las autoridades.
Sin embargo, al escuchar tantas voces que opinan sobre cómo castigar o controlar estos desmanes ocasionados por revoltosos barristas, sólo oímos soluciones construidas desde las perspectivas del fútbol y del orden público, guías conceptuales que solo conducen a soluciones de fuerza y de castigo. Claro que hay que imponer la autoridad y el orden ante la violencia, pero quizás esta cultura de represión ha evitado reflexionar en torno a la pregunta de si estos desafueros hubiese sido posible evitarlos. Ensayar una respuesta a este interrogante nos lleva, entre varias opciones, a adoptar una perspectiva más. sociológica, más próxima al entendimiento de los detonantes de un movimiento social que, mayoritariamente conformado por jóvenes, expresa una identidad común, manifiesta un sentimiento de pertenencia colectiva alrededor de un icono, moviliza un imaginario de sueños y pasiones que gira en torno a un símbolo, el cual sirve de aglutinante y de catalizador de propósitos, frustraciones, éxitos y fracasos.
Estos jóvenes que las más de las veces han heredado su apego al símbolo, llámese Once Caldas, quieren vivir los rituales y exigen el respeto por su símbolo, al igual que lo vive un militar cuando manipula elegantemente la bandera patria o cuando un feligrés entra respetuosamente a un templo. Son códigos de conducta que deben ser visibles ante los símbolos que adopta una sociedad.
Pero el ritual no es la violencia, esta surge cuando se percibe amenaza e irrespeto al símbolo. Infortunadamente hemos banalizado este significado simbólico de un equipo de fútbol insertado en la tradición de una comunidad, por tres causas: en primer lugar el estallido de violencia que impide oír otras voces más reflexivas, en segundo lugar la narrativa superficial que acompaña el análisis de estos estos movimientos sociales y en tercer lugar la ausencia de conocimiento en comentaristas, analistas y tomadores de decisiones respecto a las variables sociológicas influyentes que tantos estudios académicos han difundido sobre las barras bravas.
Los equipos de fútbol son organizaciones privadas, pero quienes rigen sus destinos y hacen parte de su organización (dirigentes, entrenadores, jugadores) deben entender que uno de los principales costos sociales de participar en este sector es el de saber reconocer que su esfuerzo empresarial implica también administrar un símbolo social que moviliza un amplo colectivo de hinchas y barristas.
Este significado implica para todos los estamentos relacionados al futbol asumir responsabilidades que visibilicen los esfuerzos por proteger y respetar el símbolo. A los jugadores se les pide entrega y sacrificio, a los jueces se les pide no vulnerar los esfuerzos propiciando el uso de las herramientas desleales, a los comentaristas y periodistas se les pide incentivar la cultura de respeto al símbolo. A los entrenadores que corrijan estrategias contrarias al florecimiento del símbolo, a los dirigentes que intensifiquen la conservación de un ADN competitivo que hoy existe en el imaginario colectivo y las autoridades deben propiciar los escenarios de diálogo que fortalezcan la cultura del respeto al símbolo y a quienes han asumido la tarea empresarial por engrandecerlo.
Hay un gran compromiso y una gran responsabilidad en los dirigentes barristas para controlar los brotes de violencia, por explicar razonadamente sus factores de descontento y por buscar escenarios de entendimiento que calmen el descontento de sus huestes. Aquí hemos vivido infortunadamente un proceso de deterioro que simplemente se dejó progresar atendido exclusivamente bajo la perspectiva de un juego fútbol, desconociendo que, más que el juego, los grupos sociales más radicales lo han percibido como una amenaza a la permanencia de su símbolo.
Ello obliga a una seria reflexión y a la consolidación de un escenario de diálogo que evite ratificar esa dura sentencia de Borges cuando dijo “el fútbol es popular porque la estupidez humana es popular”.
Oscar Correa Marín