El cambio en casa

Para muchos la política gira alrededor de emociones, de odios y de ilusiones proyectadas sobre un candidato. Todo queda en la región visceral sin ascender a la cabeza. La gente definitivamente no sabe mayor cosa acerca de política y tampoco sabe nada de la complejidad del ser humano, no se acuerdan que el hombre tiende a ser un santo, pero igualmente puede ser un villano y menos se imaginan el juego de poder dentro de la democracia y cómo ésta se presta para todo tipo de engaños. Creen que oír un noticiero los pone al día, pero los conocimientos teóricos que poseen son mínimos, así que la posibilidad de discernir lo que oyen y ven en la televisión, les es ajena. Lastimosamente los medios en vez de facilitarle luces al ciudadano en trance de votar, se limitan de trasmitir un compromiso publicitario pagado.
Pero el panorama es aún más desalentador: ¿qué saben los candidatos de la ciudad, región o país? Sabrán de derecho administrativo para entender el tejemaneje de la administración y no ir a meter las patas y enredarse con un peculado técnico, pero idea de qué le hace falta a la ciudad o cómo se soluciona una crisis, no la tienen. Oír a estas gentes en campaña da tristeza y angustia porque cargos de importancia serán ocupados por gente necia y convencida que saben y en definitiva no saben nada. Aquí no hay tuerto para declararlo rey del país de los ciegos.
Decir que vivimos una democracia disfuncional es cierto y las cosas funcionan por una dinámica sorprendente que hace que los piñones arrastren de cualquier forma al otro engranaje logrando ajustar otra vuelta del sistema.
¿Cuándo sucedió esa separación entre sociedad y política que vivimos y hace de este tema algo tan difícil de asimilar? ¿Por qué la gente no es representada por la gente? ¿Por qué se entrometen en temas tan interesantes tanto diletante con ínfulas de conocedor? El perfil que manejamos del político es producto de una emoción y nunca nos hemos puesto a pensar en la posibilidad de conformar, por medio de nuestro voto, el gobierno ideal.
¿Cuál ha sido el mejor alcalde que nos ha tocado en vida y por qué? Esa sería una pregunta que pocos podrán responder y si lo hacen hay un beneficio propio de por medio como la obtención de un empleo o una ayuda obtenida. Intento con una pregunta más sencilla: ¿qué queremos para nuestra ciudad y por qué? Y de nuevo las respuestas giran alrededor de un tema personal.
Poco sabemos de qué le falta a la ciudad, inclusive qué tiene la ciudad y simplemente desconocemos, pero damos por contado que lo existe.
El buen gobierno se vuelve algo de suerte y por supuesto de estrategias publicitarias y de dinero para sostener la logística de una campaña. El sistema está montado para que no gobierne el mejor sino el más hábil y el que no tenga escrúpulos de hacerse con el poder de cualquier forma. 
Nuestra democracia local está inundada de personajes de dudosa capacidad para ejercer los cargos a los cuales aspiran y nosotros los electores nos montamos en sus fantasías porque creemos estar asumiendo una responsabilidad de forma coherente y en la realidad solo estamos cimentando la mediocridad.
Hacer de la política algo digno está en manos nuestras y la forma que llenemos las urnas.
No cabe duda que de cuando en vez se asoma un personaje con suficiente sentido común, no carcomido por complejos de inferioridad que debe apaciguar abusando del poder conferido y lo suficiente lúcido para remplazar las piezas rotas por el mal manejo y salvar el sistema por una temporada más.
Hay pueblos que poseen mejor estrella que otros y logran avanzar un poco en la difícil senda de la civilización.