Bahareque y color

El color es vida y es la más inmediata expresión de trópico. Y no cabe duda que los colores atraen y tienen influencia sobre nuestro estado de ánimo. Estuve la semana pasada conociendo las estaciones del Ferrocarril de Caldas del tramo Nacederos a Armenia y dentro de otras cosas memorables que vi en Montenegro fue un edificio moderno de 4 pisos al frente de la Casa de la Cultura, donde los balcones hacían reminiscencias a la arquitectura de la Colonización Antioqueña. Me llamó la atención ese intento de usar un lenguaje arquitectónico antiguo y reforzar por medio de él una identidad.
Pienso que el arquitecto y el dueño de la obra hicieron un viaje al pasado, pero lo hicieron con afán o fueron desviados porque estos balconcillos haciendo las veces de balcones y ventanas están recargados de colores que nuestros antepasados no usaron y al pintarlos de esa manera rompen la tradición.
Para dar otro ejemplo acerca del empleo del color en nuestra arquitectura vernácula recuerdo haber estado en El Cairo (Valle del Cauca), pueblo que presenta el conjunto de edificaciones en bahareque más completo de toda la región y vaya susto: la mayoría de las casas estaban pintadas usando hasta 5 colores diferentes convirtiendo al pueblo entero en una alegre y colorida guardería o torta de cumpleaños saturada de colores intensos. Me explicaron que el gobernador de turno subsidió la pintada del pueblo para reforzar lo del bendito PCC y que llegaron porrones de pintura de todos los colores.
El color llega al bahareque con la pintura en aceite. El primer rastro es una publicidad que salió en La Patria del año 1923 donde se anuncia esta novedad técnica que tuvo una acogida casi inmediata y así el bahareque sufrió un cambio por no decir su última innovación. A los abuelos les gustó el rojo fiesta, a pesar de ser muy godos, y surgió el color en las casas campesinas porque todas las casas de finca cambiaron de apariencia usando un solo color. Estuve en Sidi Bou Said y vi el mismo fenómeno. Este pueblo enseguida al Cartago original en Túnez es azul claro y blanco y también estuve en Ambalema que es verde y blanca.
A la parte urbana de nuestros pueblos se demoró la llegada del color y cuando llegó lo hizo en colores opacos como el café y el gris, pero siempre un solo color.
¿Cuándo y por qué se dio ese violento salto y se derramó toda la palestra de colores sobre nuestro patrimonio arquitectónico, uno de nuestros grandes tesoros del cual solo somos albaceas?
Con Fernando Macías y Fernando Toro, cuando el último estaba restaurando la Casa del Alto en Salamina, nos explicábamos la explosión de colores debido a un afán curioso de imitar las coloridas chivas. Que en la acepción poco analítica de nuestras gentes que confunden lo popular con lo baladí, estos vehículos “folclóricos” pintados con esmero con todos los colores; que parecen papagayos gigantes con ruedas; dieron una pauta y fueron el ejemplo que se siguió a toda velocidad.
Fernando Macías, el hombre que más sabe sobre nuestra arquitectura, el verdadero zar de la restauración de bahareque y tapia, anotaba en esa oportunidad otra explicación, él decía que esa avalancha de color se podía deber a una estrategia de la industria del turismo que pretende extender el Caribe a los Andes convirtiendo a nuestros pueblos en idilios jamaiquinos saturados de colores alegres desconociendo nuestra identidad. Resaltaba este sumo sacerdote de nuestra identidad que estos pueblos se fundaron para que la gente viviera en ellos y no para turistas del hemisferio norte que buscan en la alegría del color un contrate a sus largas noches de invierno. Le comenté a los Fernandos que las casas en madera de San Andrés y las de Providencia antiguamente también eran grises y nunca habían ostentado colores intensos. ¿O sea sí existe una mano oculta que quiere estandarizar, por “encanto”, todo, borrando identidades?
Hay un concepto físico y anímico que estos pintores de la escuela de Atila no tienen en cuenta: el color tiene poderes y que ciertas combinaciones abruman el alma. La chiva se mueve y su peso cromático no afecta, pero una estática casa, pesa en la retina del atento observador.
Si la intención es proteger un legado y conservar un patrimonio el compromiso acerca del color y el bahareque debe ser uno solo: rechazar innovaciones que no son históricas y que no surgen del pasado y solo son capricho del excesivo individualismo que se basa en ser propietario desconociendo que la historia es de todos y no tiene dueño.