Tiempo de carroñeros

Dice el refranero, agudo analista de la realidad, que “cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar”, que puede aplicarse a los sucesos de la política mundial, a cuyos efectos perversos no escapa Colombia. “Lógico, mi querido Watson”, diría Sherlock Holmes a su doctor-escudero. Algunos atribuyen la descomposición que impera en las alturas de poder a sujetos identificados como “carroñeros”, lo que merece aclararse, para reivindicar a los animales que cumplen esa función. Buitres, gallinazos, cóndores, hienas y similares aparecen donde hay “restos de seres, cadáveres de cosas”, para alimentarse, con lo que cumplen dos funciones: sobrevivir y limpiar los espacios de lo que para otros animales, incluidos los humanos, es repugnante. Esa es una tarea que hay que agradecerles a los carroñeros y un motivo para preservarlos. Su función hace parte del equilibrio de la naturaleza, que el hombre, por codicia, se empeña en desequilibrar, aduciendo que es el rey de la creación, un cuento mal echado que se creyó. Las aves que hacen parte del grupo mencionado (gallinazos, cóndores, buitres…) son la “nobleza” de los carroñeros, y ostentan un vuelo majestuoso, por decirlo con alcurnia, como corresponde. 
La plebe carroñera la integran los hombres depredadores de sus congéneres, que aparecen como por ensalmo donde hay tragedias, para lucrarse de las desgracias ajenas. En los accidentes saquean los bolsillos de muertos y heridos y los portamaletas de los vehículos; en las grandes calamidades, como terremotos, inundaciones e incendios, son los primeros en inscribirse como damnificados, a ver qué consiguen; muchos de ellos aparecen en el censo de los desplazados de la violencia, en espera de que les restituya el gobierno tierras que nunca tuvieron; y otros más se reinsertan de un supuesto grupo subversivo, para que el estado les asigne beneficios. Todos estos, sin embargo, son considerados por la ética moderna como “vivos”, dignos de aplausos y, cuando son pillados, gozan de los beneficios de una justicia que, pretendiendo ser humanitaria, es alcahueta.  
En épocas de elecciones, como la que se avecina en Colombia, aparece otra especie de carroñeros, para alimentarse de los restos de la democracia agonizante. Son los oportunistas que revolotean por los entornos de las campañas, a ver cómo se lucran. Comienzan por ofrecerles a los candidatos un supuesto número de votos, que controlan en determinados sectores. Los grupos políticos reconocidos avalan candidatos, condicionando el apoyo a retribuciones burocráticas, en caso de resultar elegidos; a la adjudicación de contratos de obras o servicios; y, los más ambiciosos, aspiran al control de empresas industriales y comerciales, como licoreras, loterías, empresas de servicios públicos, canales de televisión y similares. 
Sobre los escritorios de alcaldes y gobernadores reposan renuncias “protocolarias”, que esperan resolverse según se muevan las fichas del ajedrez político. Mientras tanto, las administraciones quedan en suspenso.