Acabar con la injusticia

A finales de abril reapareció en Nature el nombre de la inglesa Rosalind Franklin, 1920-1958, quien murió a causa de un cáncer de ovario, uno de los más letales tumores tanto por sus características patológicas como por su capacidad de permanecer silente hasta cuando adquiere la fuerza para expresarse clínicamente.
 En esa época no existían los marcadores tumorales expresados a través de la sangre, a similitud del Antígeno Específico de Próstata ni el empleo de métodos como la ecografía en medicina; tampoco la utilización de procedimientos como la laparoscopia para diagnóstico, terapia o evolución de procesos en cavidades; mucho menos el empleo de imágenes que incluyen el uso de isotopos como la tomografía con sus variantes. De allí, la elevada mortalidad de personas jóvenes a causa del cáncer en diferentes órganos.
 Rosalind identificó la importancia del ADN para determinar proteínas; seguramente una carta suya y un artículo inédito no fueron tenidos en cuenta al momento de adjudicar el Premio Nobel en 1962 al norteamericano James Watson y al británico Francis Crick por sus fundamentales descubrimientos, tanto que fueron llamados: Los substitutos de los santos. El investigador oriundo de Nueva Zelanda, Maurice Wilkins, junto con otros también tenía resultados de investigaciones relacionadas que finalmente condujeron a la dimensión final del ADN, aunque solo Wilkins integró la tripleta ganadora.
 Un libro publicado en 1998 se mencionó a Erwin Chargaff quien enunció que el suizo Friedrich Miescher, en 1871, dio las primeras bases para la identificación del ADN.
Alrededor de algunos de los Premio Nobel se describen hechos motivados por la búsqueda de la preeminencia de investigador, en donde aparecen las debilidades humanas con referencia a reconocimientos hacia otros seres con trabajos previos o contemporáneos igualmente valiosos.
 Se le atribuye a Rosalind la fotografía de los rayos X de la doble hélice del ADN, motivo de disensiones, conocida universalmente como 51, considerada el núcleo de la investigación sobre la importancia en la vida del ácido, la cual mantuvo en reserva por mucho tiempo, pero le llegó en un momento fugaz a James Watson quien aprovechó la trascendental  imagen en su investigación.
 Por lo hechos recordados en Nature, la contribución de Rosalind al descubrimiento del ADN fue vital, en una época muy difícil para las mujeres investigadoras, y todas, lo que recuerda como un ejemplo especial a la polaca Maria Salomea Skłodowska-Curie, quien fuera galardonada dos veces con el Premio Nobel.
 Se ha expresado que Rosalind era merecedora de haber recibido en vida el Premio Nobel, a diferencia de lo que James Watson postuló con el objeto de reconocerle, el premio  no otorgado a extintos, a esta bioquímica y portentosa investigadora, a pesar de su corta vida. Es un ejemplo real de las relaciones difíciles entre investigadores, a lo que se agregó quizás su calidad de mujer.
 La remembranza de esta experta en cristalografía trae a consideración el contexto del significado del Efecto Matilda, nominado así en honor a Matilda Joslyn Gage, 1826-1898,  una científica  antiesclavista  que proclamaba el derecho electoral de la mujer. La denominación fue acuñada por la historiadora Margaret W. Rossiter y significa el desconocimiento de los valores y logros científicos de las mujeres.
 Este efecto hace recordar el Efecto Mateo, 1968, el cual se aplica a un científico que tiene más reconocimiento que otro desconocido, aunque su trabajo es compartido o similar.
  Así que repasando la actividad cotidiana hay muchas matildas y mateos. Sólo es necesario observar el entorno para identificar personas que pueden ostentar, desafortunadamente, estos epítetos.
 Debe existir oposición radical a consentir que se lesionen otras personas merecedoras de reconocimiento veraz. La debilidad humana no debe cruzarse con la injusticia.