Intención-intensión, presidente, fuerza-violencia

Hace un par de semanas hablé de los verbos ‘cazar’ y ‘casar’, cuyo significado es muy diferente, pero que nosotros, por no ser españoles de nacimiento, pronunciamos de la misma manera. Ocurre lo mismo con los sustantivos ‘intención’ e ‘intensión’, ambos castizos, pero con distintas acepciones, aunque los dos vienen del mismo verbo latino ‘intendere’ (‘tender en una dirección, estirar, extender’) y, remotamente, también del verbo latino ‘tendere’ (‘tender, desplegar, desenvolver’): el primero significa “determinación de la voluntad en orden a un fin”; el segundo, ‘intensidad’ (“grado de fuerza con que se manifiesta un agente natural, una magnitud física, una cualidad, una expresión, etc.”). Con la significación del primero fue empleado el segundo por el columnista Bernardo Mejía Prieto en su artículo sobre el volcán Nevado del Ruiz: “...por lo que todo lo que se dice o hace, así sea con la mejor buena intensión, (...) es criticado y censurado” (LA PATRIA, 17/4/2023). Estoy seguro de que él no tuvo la ‘intención’ de escribir ‘intensión’, pero así lo hizo, y el corrector del sistema no se lo advirtió, porque éste no tiene por qué saber cuál de los dos términos es el apropiado para expresar su idea.
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Los términos ‘papa, rey, presidente, ministro’, etc. son nombres comunes, por lo cual, cuando las normas ortográficas no exijan lo contrario, deben escribirse con minúscula inicial. Textualmente, la norma ortográfica es la siguiente: “Los sustantivos que designan títulos nobiliarios, dignidades y cargos o empleos de cualquier rango (ya sean civiles, militares, religiosos, públicos o privados) deben escribirse con minúscula inicial por su condición de nombres comunes, tanto si se trata de usos genéricos: ‘el rey reina, pero no gobierna’ (...) como si se trata de menciones referidas a una persona concreta: ‘la reina inaugurará la nueva biblioteca’ ” (Ortografía de la lengua española, RAE, 2010). En mis lecturas, algunas obligadas, de los columnistas, observo anarquía en el acatamiento de esta norma. Dos ejemplos que la confirman: “El Presidente tampoco, como es usual, se sentó desgonzado en la silla del salón oval*” (El Tiempo, María Isabel Rueda, “No comamos tanto cuento”, 23/4/2923). “Tras su encuentro, el jueves, con el presidente estadounidense Joe Biden, Petro sentenció...” (El Tiempo, Mauricio Vargas, 23/4/2023). En el primero, aunque no se da el nombre del mandatario, la mayúscula inicial no se requiere. Otros dos ejemplos, éstos, del mismo autor: “El reto del presidente Gustavo Petro...”; “...el Presidente debería acentuar más sus mensajes...” (El Tiempo, José Manuel Acevedo M., 25/4/2023). Quizás el columnista, director de noticias de RCN, consideró que, al no nombrar al gobernante, el sustantivo debería escribirse con mayúscula inicial. Pero en esto, la norma es clara: en ambos casos, ‘presidente’ es un nombre común. *Nota: en inglés, ‘Oval Office’ es nombre propio, por lo cual se escribe así, con mayúsculas iniciales; en castellano, y por la misma razón, debe ser lo mismo, ‘Despacho Oval’.  
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Aunque en sus respectivas acepciones se pueden hallar características semejantes, en la práctica no son exactamente lo mismo ‘fuerza’ y ‘violencia’. En su  columna sobre Colombia federal, y para explicar por qué los autores Acemoglu y Robinson “no dudan en calificar al Estado colombiano en Estado medio fallido...”, el columnista Guido Echeverri Piedrahita afirma: “...es que este Estado es incapaz de administrar eficientemente el territorio, imponer el orden  y ejercer el uso legítimo de la violencia en la totalidad de la geografía...” (LA PATRIA, 15/4/2023). Correctamente, “...el uso legítimo de la fuerza...”, porque ‘fuerza’, en ese contexto, es el ‘empleo de los medios necesarios de que se valen las Fuerzas Armadas y de Policía permitidos por la Constitución para mantener el orden público y para atacar a quienes atentan contra él’. La ‘violencia’, en cambio, en la misma situación, es el ‘uso excesivo, extralimitado y fuera de lo permitido, de esa misma fuerza’. Como también ‘el empleo de las que llaman ‘armas no convencionales’.