La sucesión presidencial en México

México entra esta semana en la efervescencia de la sucesión presidencial, que cada seis años, desde que se institucionalizó la revolución, ha sido un ritual que provoca expectativas y finales de infarto. Durante más de medio siglo el poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominó el panorama electoral, pues controlaba con mano de hierro todas las instancias y reducía a la más mínima expresión a los partidos opositores.
Las reglas que se impusieron desde entoces establecían que el presidente tendría un periodo de seis años pero no podía reelegirse, de allí la consigna máxima del régimen “Sufragio efectivo, no reelección”. Con esa limitación se quiso terminar con los llamados “maximatos” que dominaron después de la Revolución, cuando los presidentes eran casi todos caudillos militares que buscaban seguir gobernando en la sombra tras su partida o eran asesinados antes de terminar el mandato.
Uno de esos caudillos todopoderosos, Plutarco Elías Calles, fue mandado al exilio por el general Lázaro Cárdenas (1934-1940) para que ya no interviniera y lo dejara gobernar tranquilo y desde entonces el nuevo presidente hacía tabla rasa de su antecesor y a veces castigaba y perseguía a las poderosas figuras sindicales, empresariales o políticas del anterior sexenio para que no le hicieran sombra.
Era un régimen presidencialista que actuaba por medio de un ritual prehispánico, pues durante el sexenio el nuevo monarca a veces llegaba a considerarse como un dios azteca, tal y como ocurrió con el último poderoso presidente mexicano del PRI, José López Portillo, quien se consideraba el dios azteca Quetzalcóatl, reinaba desde el palacio de Los Pinos en el Bosque de Chapultepec y cuya voz dominaba y acallaba de forma piramidal y autoritaria a todos los mexicanos.
El nuevo presidente se izaba a las alturas de la gloria, dominaba el Congreso, y ejercía el mando sin oposición durante cuatro o cinco años rodeado de cortesanos, festejos y aplausos multitudinarios, pero al final, en el último año, empezaba su declive e iba perdiendo poder hasta el día que elegía él mismo a su sucesor por medio del famoso y caprichoso “dedazo”.
El elegido de inmediato era visto como el nuevo Tlatoani y el presidente quedaba esos últimos meses antes de la elección y la posesión del heredero como un cacique marginado, enfermo y anciano del que se alejaban todos los cortesanos que antes lo endiosaban. Ya nadie lo volvía a escuchar y vivía su agonía solitario en palacio.
Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Adolfo Ruiz Cortinez, Miguel Alemán, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portilo fueron algunos de esos dioses sexenales. Desde el periodo del opaco tecnócrata Miguel de la Madrid (1982-1988), el PRI fue perdiendo poder y poco a poco los mandatarios de ese partido gobernaron con menos margen de maniobra y tuvieron que concertarse con las oposiciones que crecieron y llegaron a la presidencia, como ocurrió con el conservador Partido Acción Nacional (PAN).
Este partido de origen católico gobernó dos sexenios caóticos y catastróficos con Vicente Fox y Felipe Calderón, antes de regresarle el poder al último débil presidente priísta, el ignaro joven Enrique Peña Nieto, quien ya no pudo impedir la llegada triunfal del indómito rebelde izquierdista, el provinciano Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
AMLO es sin lugar a dudas uno de los más importantes políticos del último siglo mexicano y es equiparable a los grandes caudillos populares del siglo XX como el general Lázaro Cárdenas, nacionalizador del petróleo. En este momento goza de una espectacular popularidad y su partido MORENA es ahora tan dominante en todo el país como lo fue en su tiempo el PRI y acaba de arrebatarle a este partido su gran último bastión central, el rico y poblado Estado de México, que rodea la capital y de donde salieron varios presidentes del PRI, impuestos por el poderoso Grupo Atlacomulco.
López Obrador no quiso gobernar en Los Pinos, disolvió el poderoso y temido Estado Mayor Presidencial y regresó a gobernar en el Palacio Nacional, donde ejercieron el poder virreyes, el Emperador Maximiliano, Benito Juárez y Porfirio Díaz y los primeros caudillos de la Revolución, los generales Carranza y Obregón, que cayeron asesinados antes de concluir sus periodos.
AMLO no podrá reelegirse, pero aunque lo niegue, tratará sin duda de influir en estos meses para que lo suceda un o una fiel a su proyecto renovador La Cuarta Transformación: entre los aspirantes figuran la alcaldesa de la Ciudad de México Claudia Sheinbaunn, joven y brillante ingeniera fiel al caudillo, que sería la primera presidente del país en caso de ser la afortunada elegida por medio de una encuesta comandada por MORENA en septiembre.
También figuran entre otros aspirantes el ex canciller y ex alcalde de la Ciudad de México Marcelo Ebrard y el “hermano” de AMLO, el ex ministro del Interior Adán Augusto López Hernández, originario como López Obrador del Estado petrolero de Tabasco y quien ha sido durante tres décadas su fiel lugarteniente en la larga, accidentada y solitaria lucha por el poder.