Hablar y legislar sobre el aborto espontáneo

Ocurrió en Bogotá el 15 de julio de 2011. Fui con mi mamá a una ecografía de rutina. Era la semana 12 y tenía la ilusión de que ella pudiera ver a su nieto o nieta. El médico prendió el monitor, me untó el gel y empezó mover la sonda. Dijo “miremos por acá”, “no debería verse así”, “no hay aumento de talla”. En medio de mi aturdimiento y negación me demoré mucho para preguntar lo que él, en su amorosa paciencia, quería que yo verbalizara primero: ¿se murió?
Como sucede con una de cada cinco embarazadas, yo también sufrí un aborto espontáneo. Le pasó a mi mamá, a mi abuela, a mi tía, a una compañera de trabajo, a varias amigas cercanas. Supe de algunos casos antes del mío, y de muchísimos después de que me hundí en la depresión. Se calcula que en el mundo hay 23 millones de abortos espontáneos cada año, que equivalen a 44 por minuto. Pese a la abundancia de casos, es un asunto invisible, del que no se habla: involucra sexo y muerte, temas que siguen siendo tabú.
Fueron días muy negros. Un médico me había dicho que necesitaba un costoso tratamiento de fertilidad que yo no podía pagar, así que el resultado positivo de la prueba fue un milagro que duró poco. Lloré, me culpé, me sentí incapaz, averiada y doblemente defectuosa, por haber perdido al bebé y por no haberme dado cuenta de que llevaba varios días muerto. Me dieron 15 días de incapacidad, pero la recuperación emocional tomó meses. Cuando por fin logré una cita en la EPS la psicóloga me recomendó orar, así que busqué terapia particular con una profesional que me explicó que los abortos espontáneos son muy frecuentes y las reacciones van desde las que se lo toman como una contingencia o una enfermedad hasta las que cortan con el mundo exterior, rompen con su pareja y se enclaustran en un duelo prolongado con afectaciones en el sueño y la alimentación. Cada mujer es un mundo.
¿Está bien mandar flores? ¿chocolates? ¿hacer una visita? ¿llamar? Si en general somos torpes para acompañar los duelos, esa torpeza es particularmente notoria cuando se trata de un aborto espontáneo. Ante la duda sobre qué decir o hacer la gente prefiere quedarse quieta y el resultado es un duelo tremendamente solitario, casi vergonzante.
Varias veces he escrito defendiendo la autonomía de las mujeres sobre nuestros cuerpos y, en consecuencia, el derecho a practicarnos un aborto cuando así lo deseamos. Esto no es incompatible ni contradictorio con sentir tristeza ante un aborto espontáneo. La clave está en identificar cuándo las maternidades son deseadas y cuándo no. Es la mujer la que sabe si quiere o no convertirse en mamá en ese momento y, por lo tanto, si desea continuar o interrumpir esa gestación.
Esta semana pasó a sanción presidencial el “Proyecto de ley de brazos vacíos” que según sus promotores busca que el Ministerio de Salud cuente con lineamientos claros para humanizar la atención y acompañamiento a las mujeres en sus duelos por pérdidas gestacionales y neonatales. Leí la noticia y me alegré por un Congreso interesado en una realidad tan frecuente e invisible, pero luego leí el rechazo de “Causa Justa”, el movimiento que promueve la despenalización del aborto, y entonces me inquieté.
De acuerdo con “Causa Justa” se trata de un proyecto innecesario porque reglamenta lo que ya existe, pero además es regresivo porque “podría llevar a que se exija la emisión de un certificado de defunción sin importar las semanas en que se produce la pérdida”. El certificado puede implicar reconocer la condición de persona, y el Código Civil indica que la existencia legal de las personas comienza después de cortar el cordón umbilical. Darle tratamiento de persona a un embrión o feto es problemático para la legislación sobre aborto.
Me parece un debate importante. Es vital vigilar cualquier riesgo de recorte a los derechos femeninos en materia de aborto, pero al mismo tiempo es urgente garantizarle atención oportuna y de calidad a las mujeres que sufren abortos espontáneos y necesitan recuperar su salud mental. Si la ley actual garantiza eso, me temo que es letra muerta.