El gran Manzur

Varias veces he escrito que la gracia de los homenajes es que sean en vida y por eso me alegré cuando leí sobre la exposición que por estos días se realiza en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, para festejar los 70 años de vida artística del maestro David Manzur.
Aunque es caldense, yo vine a saber de David Manzur en Bogotá. Recuerdo una exposición en el Mambo, en la que se exhibían sus cuadros enormes a lápiz, sus grabados, las impresionantes figuras humanas, los caballos llenos de curvas y fuerza, los bodegones y las moscas omnipresentes en varias de sus obras: moscas en el piso, moscas debajo de un ojo, moscas sobre el rostro de un muerto, moscas en las manos… moscas perturbadoras que irrumpen en cualquier espacio, como le ocurre a Colombia con la muerte.
David Manzur nació el 14 diciembre de 1929 en Neira, Caldas. Hijo de Cecilia Londoño Botero, una señora tradicional perteneciente a una familia tradicional, David se salvó de una vida ídem porque su padre, Salomón Manzur, fue un comerciante libanés que luego de la gran Depresión Económica de 1929 decidió atender el llamado de un cuñado y cargó con su familia al otro lado del mundo. En varias entrevistas David Manzur ha contado que tenía menos de cinco años cuando llegó con su familia a Barranquilla para atravesar el Atlántico en barco: primero estuvieron en la Gran Canaria, en la época de la Guerra Civil Española, y luego saltaron a Bata, una ciudad costera de Guinea Ecuatorial, el único país de África en el que el español es lengua oficial.
Manzur creció entre Guinea Ecuatorial y Canaria, entre la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos, los racionamientos de comida, los internados, la playa, el mar, los barcos, la pesca y los atardeceres. Rondaba la muerte, pero también la belleza, y sobre todo rondaba el catolicismo franquista amenazante, lleno de miedo, pecado y prohibición ante cualquier asomo de erotismo. Esa atmósfera agobiante sería fundamental para su obra.
Finalizada la guerra, en 1947 la familia retornó a Colombia. Se radicaron en Armenia, en donde los cogió el Bogotazo, pero luego Manzur se devolvió para Neira, como se lo contó a El Espectador: “Era 1950 cuando decidí viajar a Neira, mi pueblo natal. En casa de otro tío, también cura, comencé a dibujar y a pintar en papeles. Aquí es donde verdaderamente me empiezo a enfocar en el arte. Por eso, quiero recordar que sí es en Neira, en el año 50, donde ya comienzo a pensar que podría llegar a ser pintor”.
Era un muchacho de 21 años estrenando mayoría de edad y con ganas de ver más mundo, así que los días en Neira fueron contados. Se marchó para Bogotá y allá se contactó con pintores como Alejandro Obregón, Omar Rayo y Enrique Grau, con Martha Traba y con escritores como Emilia Ayarza y Gabriel García Márquez. En 1953, con escasos 24 años, expuso por primera vez y empezó por lo grande: su primer montaje fue en el Museo Nacional de Colombia, que es del que ahora se celebran 70 años. Luego viajó a Canadá, estudió en Estados Unidos, regresó a Bogotá, volvió a irse a Nueva York, vivió en Manhattan, expuso en muchas partes, ganó muchos premios, regresó, vivió en Bogotá, hizo cine, orientó talleres, se mudó a Barichara junto a su fiel compañero Felipe Achury, y desde allí sigue pintando, a sus 93 años. Dice que trabaja mejor entre las 6:00 p.m. y la medianoche y que sigue haciéndolo porque aún no ha logrado hacer su obra maestra y porque lo impulsa la curiosidad.
En Internet hay cientos de imágenes de obras de David Manzur, pero nada se compara con pararse frente a un cuadro monumental en el que se ven las trazas del pincel o las líneas del lápiz.
Me alegra que lo homenajeen en Cartagena y que la italiana Skira, la más prestigiosa editorial de arte del mundo, acabe de publicar un libro sobre su vida y obra. Me alegra todo eso y me pregunto qué tipo de milagro se necesitará para que en Caldas podamos ver las obras del pintor más universal que ha nacido en estas tierras.