150 años de escribir tecleando

Esta es mi columna 337 en La Patria. Empecé a numerarlas cuando leí que Javier Marías lo hacía y me dio curiosidad por saber cuántas llevaba yo. Claro que las mías distan mucho de las de Marías, empezando por un hecho crucial: él las escribía en una máquina eléctrica Olympia Carrera de Luxe y las enviaba por fax a El País, mientras que las mías nacen en computador y le llegan por correo electrónico al director Nicolás Restrepo Escobar, a quien le reconozco con gratitud su respeto y paciencia ante mis opiniones, a veces tan distantes de las suyas.
Esta semana leí en Gatopardo una entrevista a Gay Talese, el último de los periodistas literarios de su generación. Tiene 91 años, vive en Nueva York y escribe en papel, salvo cuando lo hace para “The New Yorker” que le pidió que dejara de enviar sus artículos por correo físico y usara el electrónico.
Imagino a Javier Marías o a Gay Talese frente a una máquina de escribir. Veo las numerosas fotos de Gabriel García Márquez con su cigarrillo y su bigote tupido frente a máquinas con palanca para girar el rodillo al final del renglón y poder pasar al siguiente y me pregunto ¿cómo lo lograban? Me siento incapaz de escribir una sola cuartilla en una máquina de escribir, así como tampoco podría hacerlo a mano.
Como buena parte de los desarrollos tecnológicos, es difícil decir quién y cuándo inventó la máquina de escribir. Hay muchos antecedentes y prototipos que derivaron en este aparato. No obstante, el 1 de marzo de 1873 ocurrió un hito por el que en 2023 se celebra el aniversario número 150 de la máquina de escribir: Remington empezó la producción comercial de máquinas con un teclado conocido como “QWERTY” por las seis letras de la parte superior izquierda, cuya ubicación conservamos hoy.
Aprendí a teclear en una Olivetti Lettera 22 verde de teclas negras con letras blancas, que conservaba su estuche original, azul con una línea negra. En él la llevé al colegio y luego viajó conmigo a la universidad en flotas que decían “Chía-Zipa”.
Mi papá heredó esa máquina de su tía Laura Villegas, quien chuzografiaba en Salamina a velocidades fantásticas. Durante muchos años mi papá tuvo “Matécnicos”, un taller en el que le hacían mantenimiento a las máquinas de escribir: las aceitaban, les cambiaban los rodillos, las teclas, y entintaban las cintas. Tanto él como mi mamá, que trabajó toda su vida como secretaria, jamás chuzografiaron: tecleaban rápido, mirando al frente y usando los 10 dedos, y así aprendí a hacerlo en las clases de mecanografía que nos dio la profesora Bertha en el colegio: nos hacían tapar cada tecla con cinta de enmascarar para memorizar la ubicación de las letras y hoy valoro haber adquirido esa destreza.
Tomás Calderón, el mejor periodista que tuvo esta región en la primera mitad del siglo XX, escribía todos los días en La Patria una columna titulada “Del Minuto” que firmaba con el seudónimo de Mauricio. Ahí publicó en 1933 una reflexión sobre la gran transformación de la escritura a raíz de la irrupción de la máquina: “Nuestros abuelos pensaron en manuscrito y hoy no sabrían comprender cómo es posible hacer ideas sobre un teclado estrepitoso que a veces interrumpe la llegada de una palabra necesaria”.
Diría lo mismo hoy: nuestros abuelos pensaron a máquina y hoy se sorprenderían con las opciones de “cortar” y “pegar” que trae el computador, que invitan a modificar el orden de frases y párrafos y hacen de la edición la parte más lúdica del ejercicio de escribir.
Pienso escribiendo. No tengo un texto en la cabeza que luego vierto al teclado. El texto surge en el momento en que conecto mente, dedos, teclas y ojos en la pantalla y ese ejercicio utiliza con mucha frecuencia la opción “suprimir”. Escribo así porque el computador me lo permite y supongo que si hubiese tenido que hacerlo a máquina sería una escritora muy distinta. Lo pienso hoy que la máquina de escribir cumple 150 años y es pieza de museo y me pregunto cómo y qué escribirán los humanos y las inteligencias artificiales dentro de 150 años, cuando los teclados sean recuerdos de épocas remotas.