El oro puede también ser verde: la (casi) "pura vida" en Costa Rica
La bandera costarricense, con el volcán Arenal en segundo plano.

La bandera costarricense, con el volcán Arenal en segundo plano.

Los yigüirros tienen razón de cantar, y los guanacastes de florecer: en el 2019 el país del que son respectivamente el ave y el árbol nacional fue galardonado como "Campeón de la Tierra", el premio ambiental más prestigioso otorgado por la Organización de Naciones Unidas (ONU). "Costa Rica ha sido pionera en la protección de la paz y la naturaleza, y es un ejemplo para la región y para el mundo": así fue halagado el rendimiento ecológico costarricense por Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. ¿Cómo un país que apenas se ve en el mapamundi ha podido convertirse en uno de los más mirados en lo tocante a la preservación ambiental?

 

Las raíces

El nombre de Costa Rica es tal vez irónicamente limitante, pues la riqueza del país se extiende mucho más allá que sus orillas: su interior rebosa de bosques, montañas, volcanes, llanuras, lagos y ríos que albergan una fauna y flora de las 25 más diversas del mundo. Este hecho es aun más impresionante considerando la pequeñez de su superficie terrestre, 22 veces menos extensa que la de Colombia. El valor intrínseco de estas áreas de color esmeralda y zafiro fue entendido ya hace décadas por buena porción de la clase política costarricense. Asimismo, esta entendió que dicho valor no fructificaría bajo la sombra de un exctractivismo, una agricultura y una polución descontrolados.

Ello supuso entonces un cambio de paradigma cuya operación comenzó a mediados del siglo pasado, cuando la reserva de tierras arables aún no labradas en Costa Rica empezó a agotarse; la expansión agrícola que gozaba de una escasez de frenos legales acabó frenada por la naturaleza misma. Ante la dificultad de agrandar su área cultivable, el país, que en esa época tenía una de las tasas de desforestación más altas del mundo, decidió reconfigurarse íntegramente, dando un giro de 180 grados hacia un modelo sostenible y ecológico.

Un yigüirro, el ave nacional de Costa Rica.
Un yigüirro, el ave nacional de Costa Rica.

Los frutos

Intensa ha sido la actuación del país en materia de protección de sus paisajes prístinos y de la biodiversidad que cobijan. Todo inició por el establecimiento de áreas de conservación natural, que han ido cubriendo de forma exponencial más y más territorio, tanto en tierra firme como en zonas marítimas: el año pasado, un cuarto de la superficie terrestre y el 28% de las aguas territoriales costarricenses estaban bajo protección legal.

En las últimas tres décadas, Costa Rica ha también promovido vivamente esfuerzos para redimirse de su pasado de gran talador de árboles: gracias a intensivas políticas de reforestación, la cobertura silvestre del país, que ocupaba los tres cuartos de este en el 1940 y que se había desplomado hasta un abismal 21% en el 1987, ha vuelto a sobrepasar la barra de los 50% (de hecho, es el único país tropical que ha logrado la reversión de su tasa de desforestación).

Además, Costa Rica aproxima la compleción de su transición energética en cuanto a su producción eléctrica, que avecina el 100% de fuentes renovables (notablemente mediante la central hidroeléctrica "ecoamigable" Reventazón, que conserva el caudal natural del río epónimo sobre el cual está construida y posee canales que permiten el pasaje de la fauna fluvial al salvo de las turbinas).

A lo mencionado se agrega todo un despliegue de medidas de promoción de comportamientos sostenibles y de incentivos para instigar el debido respeto hacia el medioambiente en la población y las industrias. Como parte de este impulso, se elaboró el Plan Nacional de Descarbonización 2018-2050, piedra angular sobre cual Costa Rica pretende edificar un porvenir verosímilmente verde.

 

Los abonos

Varios elementos históricos y contextuales crearon un terreno fértil para la adopción e implementación de tantas políticas ecologistas en el país. Primero, la combinación de su estabilidad política y su densa biodiversidad lo convirtieron en un edén para la investigación en ciencias naturales a partir de finales del siglo XIX. Numerosos son los naturalistas que se desarrollaron o se establecieron en la nación centroamericana.

La red de académicos y científicos conservacionistas que consecuentemente se formó fue sembrando gradualmente en la sociedad de Costa Rica las semillas de una profunda consciencia ecológica. Esta consciencia germinó y se enraizó hasta dentro de las instancias del poder. Los políticos costarricenses, inspirados y presionados además por el despertar de la comunidad internacional en los años 60 y 70 sobre la importancia de amparar el medio ambiente, emprendieron reformas que transformarían su pequeño país en una estrella en el asunto.

Asimismo, la abolición del ejército hace más de 70 años ha permitido que el gobierno tenga más presupuesto para el sistema educativo, que integra la enseñanza del respeto de la naturaleza y del uso juicioso de los recursos naturales. Incluso el discurso de orgullo nacional costarricense se ha vuelto entretejido e indisociable de estos aspectos.

La imagen de una nación pacífica, concretamente luchadora contra el cambio climático y protectora de su propia riqueza natural, ha atraído múltiples inversiones e subvenciones extranjeras, encima de millones de turistas que afluyen al país anualmente. Los ingresos que Costa Rica embolsa gracias a esta reputación internacional reconocida abonan el terreno para la continuación de sus políticas de desarrollo sostenible, lo que genera aun más ganancias. Así sigue girando la rueda de la fortuna.

 

Las espinas

Aunque sea considerada como un epítome en políticas medioambientales, calificar a Costa Rica de utopía resultaría ser una imprudente hipérbole. Efectivamente, por un lado, sus reordenamientos territoriales con fines de crear áreas de conservación natural supusieron expropiaciones de muchas fincas campesinas.

Por otro lado, San José no ha podido siempre garantizar la adecuada conjugación de ecosistema y sistema económico: en una paradoja que proyecta una mancha negra sobre el autorretrato verde que se ha pintado el país, este ocupa el primer puesto al nivel mundial por la cantidad de pesticidas fumigados por hectárea cultivada. El uso inmoderado de estos productos químicos atenta tanto contra la salud del medioambiente como la de los individuos.

Estas substancias nocivas se usan para sostener la máxima rentabilidad del sector agrícola, crucial componente de la economía costarricense, especialmente el cultivo de la piña (ningún país produce tantas cuantías de esta fruta como Costa Rica), una actividad que además transforma zonas biodiversas en campos de monocultivo.

En cuanto a los gases a efecto invernadero, aunque ya casi ninguno emana de la generación de electricidad en el país, el parque automotor continúa de ser dominado por vehículos que requieren gasolina (pero el proceso de electrificación de los transportes sí está en marcha, propulsado por incentivos e inversiones estatales).

Ahora bien, aunque el país ha sido apodado como "la Suiza centroamericana", los indicadores socioeconómicos del conjunto de su población todavía están lejos de igualar los niveles de esta federación alpina. En efecto, como considerable parte de América Latina, Costa Rica tiene que lidiar con problemas de desigualdad, pobreza, corrupción e incluso narcotráfico, luchas que se suman a la carga ya pesada de defender concretamente el medioambiente (pero vale matizar: su desempeño socioeconómico sigue siendo uno de las más envidiables del continente).

Al fin y al cabo, pese a que el modelo ecologista costarricense presente carencias llamativas, es difícil no saludar el ahínco en preservación ambiental de un país tan pequeño y pobre en recursos naturales de alto valor mercantil.

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