Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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Son tres viejos conocidos en la literatura regional, con trascendencia en otras latitudes. Se trata de Antonio María Flórez, de Edilberto Zuluaga y de Juan Carlos Acevedo, quienes publicaron sendos libros en los que abordan el mito, exploran en viejas leyendas la posibilidad de construir con la palabra evocaciones y sensaciones.
Acevedo escoge una narración coral en su más reciente libro Mujeres sin sombra, ganador del XXII premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus. Además, se arriesga a usar la voz femenina plural para poner en tiempos de ellas, en sus miradas, la oportunidad de la palabra. No es él quien habla, son las mujeres conocidas en su vida personal, en su historia de divulgador cultural, quienes cuentan las historias de dolores y de satisfacciones. Son ellas las dueñas del fuego, las hacedoras de mundos, las que sostienen el equilibrio y que no son sombra de nadie. Un riesgo que vale la pena que corra un autor a veces contenido. De él reproduzco un poema que habla del dolor compartido por las madres por la muerte de una hija.
Acudir a la memoria de sus influencias portuguesas, andar por las calles de Pessoa sacaron en ese poeta de convicción que es Antonio María Flórez los versos que terminaron en Lisboa caminada, una obra que nos habla de pasajes ensoñados de esa ciudad tan caminable, tan histórica. El autor le da título al libro para rendir homenaje a esa capital, pero también encontramos poemas de Otras geografías, como llama a la segunda parte de su obra, donde aparecen Nueva York, Colombia, el Amazonas, obviamente Marquetalia, entre otros. De esta sección extraigo el poema Caronte en canoa, que también evoca el inframundo y trae a colación a Orfeo.
No tuvo que bajar al inframundo, Zuluaga, el poeta aranzazuno, para rendir tributo a ese bendecido por los dioses y, por tanto, envidiado por ellos. El creador de músicas sobrenaturales como para engañar a Cervero y llegar hasta donde nadie más podía para rescatar a su amada. Orfeo es el título de esta obra, presentada como un cantar, en el que se van narrando los acontecimientos de ese hijo de un dios y de una musa. El poema seleccionado es apenas una muestra de lo que trae este canto contado en 50 estrofas. Al final, el libro sorprende con dos poemas más: Imprecación de Edipo e Imprecación de Sísifo, para rematar la faena. Es difícil leer esta obra y no pensar en que tiene alguna influencia de Kavafis.
En fin, tres poetas caldenses con oficio, atravesados en algún verso por la muerte. Léanlos y #HablemosDeLibros, de poesía y de mitos.
Caronte en canoa
No soy ahí en esa detenida foto,
paisaje mordido de tiempo,
el hijo de Érebo y de Nix.
No soy tampoco el anciano gruñón de ropajes oscuros,
ni el demonio alado con doble martillo;
no soy Caronte, ni Eneas,
ni Orfeo el que amansa a Cerbero;
soy solo el oriundo Anakié,
recién llegado de otras tierras,
que pretende pilotar esa frágil canoa,
no por las tortuosas aguas del Aqueronte.
sino por esa charca encenegada
que nos aboca,
pasajero sin Destino,
al río Grande de la Magdalena,
el río del pez que nace como Yuma
en un andino páramo del Puracé.
(Antonio María Flórez)
XXXIII
Tiresias perdido en antros
reverdece vida de adivinación.
Hijo de ninfas y seres triangulares
abre el cadalso de la historia.
La esfinge preceptúa sin rebaja
librar a Tebas del mal
cuando Edipo pronuncie la respuesta.
Soltaría leones y leopardos
a familias y puertas veneradas.
Vuelto ciego al ver a Atenea
en aguas del baño
sin reato siguió viendo
más allá de los dioses.
Separó serpientes en pelea
la hembra lo hizo mujer
al hallarlas de nuevo
la serpiente macho lo hizo hombre.
Acompañó a Edipo como testigo
aviso de males sobre Tebas
hombres y mujeres en incesto
coronaron la ciudad de desgracias.
Odiseo regresaría a Itaca
acudió a preguntar al ciego
en el inframundo si Penélope
era infiel en su ausencia.
(Edilberto Zuluaga)
Día treinta y cuatro
Las puertas de nogal y cedro rojo arden,
ardieron bajo el fuego infame.
Nosotros las habíamos pintado
con sangre de cordero
para ahuyentar al Ángel de la Muerte,
como nos enseñaron
las mujeres de cruces en las faldas.
El impío cruzó las alas de las puertas
para sembrar la muerte
en las primeras hijas
que iluminaron nuestro vientre.
Entonces pusimos mariposas
sobre las puertas quemadas
donde moría una niña
para que todas supiéramos
que una madre estaba sola.
(Juan Carlos Acevedo)