Ensayo por el cual fui expulsado de la clase de literatura

Señor director:

Por el presente ensayo se violaron mis derechos humanos y mi derecho a disentir y a proponer cómo hacer del niño un buen lector. Con esta publicación dejo la evidencia del autoritarismo y la falta de una cultura dialogante, como lo proponía Habermas, en la Universidad de Caldas. 
¿De dónde nace el amor por la lectura?
Pienso, recurriendo a la teoría científica y académica existente, y que citaré a lo largo de este escrito, que el amor e interés por la lectura puede explicarse y transmitirse de manera más científica y razonable a como lo hace o lo recomienda la escritora Maira Santos Febres.
a) Se aprende a leer gracias al buen ejemplo. El niño imita los modelos que se presentan a su alrededor; es como una grabadora; sus ojos parecen filmar e interiorizar a los adultos o niños que le rodean, por esto decía Albert Einstein (https://bloq.combridge.es, el ejemplo en el aprendiz). “Dar buen ejemplo (en este caso de leer) no es la mejor forma de enseñar, es la única”. Pero sigamos, diciendo que en el niño influirán su familia, sus padres o sus maestros, esto lo ha comprobado la sociedad, llegando a conclusiones, gracias a la similitud de casos que observa, y que ve que se repiten, utilizando los llamados refranes o dichos populares ej.: “Hijo de tigre sale pintao”, “de tal palo, tal astilla”. Estos dichos podrían traducir analógicamente: “hijo de lector, sale lector”, “de tal lector, tal hijo lector”.
Lo mismo que influyen los mayores, también lo hacen el contexto, el medio, los compañeros, los amigos. Alber Bandura, citado en el módulo de Psicología de la UNAD, decía con respecto al aprendizaje social: “(...) los niños aprenden en contextos sociales a través de la observación y de la imitación del comportamiento que presenciaron. Los niños se ven afectados por la influencia de otros”. Tal vez sea, por lo que sostiene Bandura, que los niños de condiciones difíciles y con un medio poco académico, no tienen las mismas inclinaciones a la lectura, que los niños que sí gozaron de ese medio académico.
A todo lo anterior, que no explica María Santos Febres, agrego la explicación que sí da uno de los psicólogos más famosos del siglo XX; este genio de la psicología fue Lev Vygotsil, y, quien decía (lectura y comprensión.wordpress.comitadvygotsky): -En Primera instancia hay que reconocer que la lectura entendida como comprensión, es un proceso cognitivo socialmente mediado. Ya sea que el niño lea muy bien o muy precariamente, este hecho es el resultado de las interacciones culturales con su medio social (padres, familia, pares, etc.), las cuales han provisto o desprovisto al niño de las herramientas para la lectura. Cuando un niño ve que sus padres son lectores, es muy probable que exista una tendencia de este niño hacia la lectura, pero si las personas de su entorno inmediato no leen,
es probable que el niño tampoco lo haga.
Para complementar esta afirmación de Vygotzky, yo recordaría aquí también a Feuerstein, discípulo si mal no estoy, de Piaget estudiado en un semanario que brindara, alguna vez “el Colegio La Salle” de
Villavicencio, Feuerstein sostenía que: “El docente debe mediar entre el estudiante y la lectura”.
b) El niño aprende por interés y cuando logra entender lo que lee. El profesor debe cuidar que lo escogido para la lectura tenga un lenguaje entendible, significativo y emocionante para el niño. Si esto
no sucede, el niño dejará volar su interés hacia otras cosas que aparezcan en ese momento en su entorno (ej. ver por la ventana, mirar al compañero, etc.). La lectura escolar debe ser concreta, significativa, y emocionante; debe partir, pensaría yo, siempre de un caso concreto para no “imaginar lo que no es”. La teoría piagetiana podría aquí explicar este fenómeno al sostener que va primero lo concreto que lo abstracto. Recordemos que el Maestro de Maestros, Jesucristo, para obtener éxito en sus enseñanzas partía siempre de la historia concreta, del ejemplo, para que todos entendieran sus mensajes. A este recurso didáctico lo conocemos como parábola.
c) El estímulo del léxico, para la comprensión de la lectura, debe empezar desde los primeros años de vida. Al parecer es en los primeros años de edad donde se aprende la mayor cantidad de palabras que usará la persona durante toda su vida. Mi profesor José Joaquín Montes (ganador del premio Príncipe
de Asturias y llamado el Rufino José Cuervo del siglo XX) nos hablaba alguna vez, en la Universidad Santo Tomás, que uno de sus compañeros (profesor del Gimnasio Moderno), le leía a su hijo (bebé
que aún no hablaba), fragmentos de las grandes obras de la literatura universal, porque era ese el momento indicado para que aprendiera, pasivamente, cientos y cientos de palabras, que luego utilizaría en el resto de su existencia. Este similar fenómeno cognitivo se da o puede darse con el aprendizaje de los idiomas extranjeros. 
d) El amor por la lectura no se alcanza a través del castigo. El amor por la lectura se logra, asociándose con los buenos y placenteros momentos; no se alcanza esta meta castigando, ridiculizando o castrando la capacidad de disentir de x o y lectura. Siempre me pregunté ¿por qué mi paisano y asesor de mi libro “El Tesoro de la literatura Oral”, Otto Morales Benítez (miembro de la academia Colombiana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Historia y Academia Colombiana de Jurisprudencia), leía y leía en la Torre Colpatria de Bogotá y daba conferencias en compañía de su compañero y gran amigo el expresidente Belisario Betancur Cuartas; o de su hijo, exdecano en la Universidad de Los Andes? Para
resolver este interrogante pregunté personalmente al doctor Otto en alguna ocasión, respondiéndome enseguida: “el placer de leer lo logré alcanzar desde niño, viendo a mi padre quien era un joven lector y me regalaba los libros que yo quería leer. Nunca me pegó o castigó para que leyera, sino que más bien fue estimulando imperceptiblemente este placer y encanto por la lectura”.
Contrariamente, una de mis tías, me dijo en varias oportunidades en las que pasábamos por la Escuela María Auxiliadora de Riosucio o “Antonio Nariño”, del mismo municipio, que: “cuando paso por esas
escuelas me duele el estómago. Menos mal ya no tengo que estar en ellas. Al ver su fachada me acuerdo de todas las veces en que me castigaron y me hicieron sentir mal. Tal vez por esto no me gusta
estudiar ni leer”. Al comparar estos dos casos extremos, puedo llegar a la conclusión que la persona logra sentir el amor por la lectura, asociándolo a los buenos y agradables momentos. La lectura debe de ir asociada al placer y no al castigo o al mal momento. La lectura debe de ir de la mano con lo comprensible, así como también divorciada de lo indescifrable y de lo desagradable, por lo menos en el comienzo de nuestras vidas.
César Uribe

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