“Fina garúa de junio”
Señor director:
Hoy, trece de junio de 2022, memoria litúrgica de San Antonio de Padua, el santo más popular de la Iglesia Católica, y aniversario número 69 del “golpe de opinión” (como lo calificó el Maestro Darío Echandía Olaya) que dio el teniente general Jefe Supremo, comandante de las Fuerzas Armadas, ingeniero Gustavo Rojas Pinilla (Gurropín) contra “mi´amo Lauriano” (y por ahí derecho contra el Designado, doctor Roberto Urdaneta Arbeláez, y contra toda la godarria), hoy, repito, trece de junio, recordé lo que cantaban los laureanistas en Bogotá y en las principales “cibdades” (ciudades, cibidades, “civitates” en la lengua jurídica y militar del Latium, el Lacio, en la península Itálica) de la República: El trece de junio (no de mayo) la Virgen María / cambió al presidente por un policía”.
Hoy, trece de junio -vuelvo y digo- caminaba por la que fue la avenida más bella del mundo, incluidos los Campos Eliseos (perdón, Elíseos) de París, el famoso Carretero, después Avenida Cervantes y actualmente Avenida Santander; la que fue la más hermosa del planeta pero que se ha estado convirtiendo en un túnel que no permite apreciar el paisaje tan bonito que se divisa desde el espinazo de la Ciudad de las Puertas Abiertas, ese túnel de edificios que no deja “panorar el contemplama”. El firmamento empezaba a encapotarse y la tarde perdía la brillantez que da el astro rey, “el mono Jaramillo”, ¿entiendes, Méndez? Comencé a sentir, mejor dicho, a medio sentir una levísima llovizna, una “brisita” de goticas menudas, microscópicas; inmediatamente me acordé que en Lima, la Ciudad de los Reyes (no los de España sino los Reyes Magos del seis de enero, Melchor, Gaspar y Baltasar), no llueve casi nunca -al menos era lo que acontecía antes del cambio climático causado por el calentamiento global, y éste producido por la contaminación ambiental y la tala de bosques, efectos de la superpoblación de la Tierra y de un sistema económico y social basado en la codicia, en la ambición del dinero, en el apetito del tener, en el lucro-. Nota: aquí paro para respirar luego de escribir el primer párrafo y estos últimos renglones. En Lima (a propósito, ¿recuerdan que hace muchos años murió un gran gentío en el estadio de la capital del Perú? En ese desastre murió gente que nunca se había muerto…) no llueve; el fenómeno meteorológico que se presenta allá es la garúa, una llovizna finísima que no alcanza a mojar a los parroquianos.
Subió entonces al disco duro de “los aposentos de la cabeza” (Cervantes, el Quijote), como quien dice a mi memoria, la canción Caballo de Paso, de la inmortal Chabuca Granda: Fina garúa de junio / le besa las dos mejillas / y cuatro cascos cantando / van camino de Amancay.
El jinete se llama José Antonio; los cuatro cascos son los del berebere criollo, el caballo peruano; Amancay me figuro que es el nombre de una población. La palabra viene de la voz quechua amankay, que se traduce por azucena. La especie botánica lleva el nombre latinizado de amancaes. “Por una vereda viene / cabalgando José Antonio; / se viene desde El Barranco / a ver la Flor de Amancay”. El Barranco es el pueblo de José Antonio. La Flor de Amancay es la joven más espectacular de ese “monocipio”.
“¡José Antonio, José Antonio! / ¿Por qué me dejaste aquí? / Cuando te vuelva a encontrar, / que sea junio y garúa”. ¡Gracias, Chabuca!
Don Cecilio Rojas
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